Por Santiago Trancón Pérez
Lanuevacronica.com, 20-7-16
Cuando surge un fenómeno nuevo, el primer problema, y
el más importante, es nombrarlo. Si observamos las distintas maneras como se
adjetiva al terrorismo veremos enseguida qué ideología hay detrás. No es lo
mismo terrorismo yihadista, islámico, salafista, musulmán, árabe o islamista.
Necesitamos especificar para no atribuir a la totalidad lo que sólo es
aplicable a una minoría. Por eso es incorrecto hablar de islámico, musulmán o
árabe para nombrar al terrorismo polimorfo, perverso y ubicuo que hoy
padecemos.
La discusión está en calificarlo de yihadista (el
adjetivo que se está imponiendo) o islamista. El término ‘yihadista’ alude a la
(el) yihad, entendida como ‘guerra santa’, o sea, usar el terror y el asesinato
como medio legítimo para defender el Islam, el Corán, la religión de Mahoma, y
acabar con los infieles, todos aquellos que no profesan la religión islámica o
musulmana. ‘Islamista’ es más general y alude a una interpretación radical del
Islam como norma religiosa suprema y única de conducta. En el centro de esta
interpretación está la obligación de acabar con ‘los infieles’, para lo que
está justificada cualquier forma de terror y violencia.
Como he titulado, yo prefiero la expresión ‘terrorismo
islamista’. Los que se oponen a esta denominación argumentan que el terrorismo
«nada tiene que ver con el Islam». El otro día oí en la Sexta a una defensora
de esta tesis afirmar rotundamente que «la ONU ha declarado al Islam como la
religión más pacífica del mundo». Ferreras, ese paisano sextimillonario y
filopodemista, y Ana Pastor, su colega, lo dieron por bueno y se prestaron a
propagar esta burda mentira, pues jamás la ONU ha proclamado tal cosa (por lo
demás, insostenible).
Comprendo los esfuerzos de quienes quieren separar el
Islam del terrorismo. La mayoría lo hacen con buena intención, para no
confundir a los millones de musulmanes pacíficos y hasta pacifistas –que sin
duda son la mayoría– con la minoría terrorista, a la que prefieren calificar de
locos, perturbados, salvajes, delincuentes…, insistiendo en que sus actos nada
tienen que ver con la religión islámica. Pero ni la buena fe ni la buena
voluntad cambian la realidad contundente de los hechos.
La pregunta correcta es: ¿Existiría este terrorismo,
con sus características, sin el apoyo, la justificación, la motivación que
proporcionan algunas prácticas de la religión islámica? ¿Existiría sin
mezquitas, sin imanes, mulás, ulemas, ayatolás, sin el burka, sin la lapidación
de adúlteras, el sometimiento de la mujer, el ahorcamiento de homosexuales, la
degollación de infieles y herejes, el casamiento de niñas con ancianos? ¿Y sin
los numerosos versículos del Corán que justifican el asesinato e incitan a él?
¿Sin la exaltación de los mártires y la promesa del paraíso?
Se me dirá que
mezclo todo con mala intención, pero no soy yo quien lo hace, sino la religión
misma, en la que todos estos elementos se entrelazan, por más que algunos
rechacen las prácticas más radicales y traten de defender un «Islam moderado».
Un Islam que tiene muy poca influencia, porque quien dirige y domina a la
mayoría es esa minoría terrorista y fanática que no hace otra cosa que llevar
algunos supuestos del Islam hasta sus últimas consecuencias.
¡Claro que el Islam podría aislar a esa minoría,
rechazar la violencia y destacar lo que el Corán contiene de pacífico y
tolerante!, pero no es así, sino que, quizás por el mismo silencio que el
terror impone, los propios musulmanes son incapaces de hacer evolucionar el
Islam hacia una religión pacífica compatible con los valores de la cultura del
siglo XXI, como en su día hizo la religión católica. Mientras esto no se
produzca, para nada sirven ni el interculturalismo, el multiculturalismo y
mucho menos esa ocurrencia de la ‘alianza de civilizaciones’.
¡Y por supuesto que el terrorismo no se explica sólo,
ni siquiera sobre todo, por el fanatismo religioso!