Felipe de la Balze
Clarin.comOpinión31/07/16
La decisión británica de salir de la Unión Europea tendrá consecuencias políticas, económicas y estratégicas que se sentirán en el mediano plazo, inclusive en la relación de nuestro país con el Reino Unido y en el desarrollo futuro del conflicto sobre Malvinas.
La sorpresa por lo ocurrido fue grande y las reacciones por parte de supuestos “expertos locales” fueron apresuradas. Sostener que “el populismo y la xenofobia eran las fuerzas que impulsaron el voto británico” es desconocer el carácter profundamente individualista y tolerante del pueblo británico. Señalar que “las consecuencias del Brexit dificultarán la estrategia del gobierno argentino de reintegrar nuestro país a la economía mundial” es desconocer que el impacto de la salida de Gran Bretaña en la economía global será modesto y asimétrico. Comercializamos poco con dicho país, cuya economía representa solo el 1,3% del PBI mundial y una mayor incertidumbre europea quizás acreciente el interés del capital internacional para invertir en países emergentes como el nuestro. Finalmente, sostener que “el proceso de globalización está en peligro” es un error de apreciación respecto a las implicancias del proceso que los británicos pusieron en marcha. Ellos no se proponen salir de la Unión Europea y cerrar su economía al mundo, sino todo lo contrario. El gabinete de la Primer Ministro Teresa May anunció que negociará acuerdos bilaterales de libre comercio con numerosos países y dejará atrás el inmovilismo anterior.
En esa línea, José Serra, el ministro de Relaciones Exteriores brasilero expresó, hace pocos días, el interés de su país de negociar un tratado de libre comercio entre el Mercosur y Gran Bretaña. Esto contribuiría a presionar a la Unión Europea, con la cual se negocia infructuosamente desde 1994.
La salida de Gran Bretaña no es la causa de la crisis europea sino un síntoma de los problemas que aquejan a la Unión Europea y que redujeron el atractivo del proyecto integracionista para muchos ciudadanos y países miembros.
Europa está económicamente estancada y sufre las consecuencias de altas tasas de desempleo. El admirado Estado de bienestar europeo no puede financiarse con los recursos disponibles. Las excesivas regulaciones y la elevada carga impositiva penalizan el trabajo y la inversión. Europa es como una familia que recibe una importante herencia y luego “se deja estar”, viviendo de su “patrimonio”.
El envejecimiento poblacional es una pesada carga que se intentó paliar con una inmigración masiva (mayoritariamente musulmana). Como consecuencia, se suscitaron tensiones que se vieron agravadas, en los últimos tiempos, por la presión ejercida por cinco millones de sirios desplazados de sus hogares por la guerra civil. Al problema de los refugiados se le agrega la amenaza terrorista que genera temores que ponen en juego la convivencia civilizada y radicalizan el accionar político.
El proyecto de integración europeo (valioso por preservar la paz, crear un amplio mercado común y promover valores occidentales universales) perdió el rumbo y se internó en una trayectoria institucional donde primó la desmesura y una ambición excesiva.
La Europa fundacional de los Seis creada en 1957 (Alemania, Francia, Italia, Holanda, Bélgica y Luxemburgo) se transformó en un conglomerado de veintiocho países difícil de manejar y donde en las negociaciones prima la inercia de la “ley del mínimo común denominador” y un creciente exceso de normas burocráticas que solo los “expertos” y los “lobbies” pueden gestionar.
La creación de la moneda común, el “euro”, sin una administración fiscal compartida y sin un sistema adecuado de control financiero, generó durante los últimos años graves conflictos de interés entre países acreedores y deudores dentro de la misma Europa.
La pretensión de la Unión Europea de transformarse en una potencia mundial sin tener una política exterior compartida y sin un proyecto de defensa propio y creíble (Europa sigue protegida por los Estados Unidos bajo el paraguas de la OTAN) crean una seria incongruencia entre ambiciones y poder.
Finalmente, no existe un genuino nacionalismo europeo. A medida que se alejó en el tiempo el espectro de las guerras del siglo pasado, florecieron las diferencias. El mercado único y un ramillete de principios compartidos -aunque no siempre practicados- no son suficientes para borrar el peso de la diversidad cultural y resolver los conflictos de interés generados por desafíos internos y externos.
Gran Bretaña deja la Unión Europea pero sigue estando en Europa y negociará durante los próximos dos años un tratado de libre comercio –como el que tiene Suiza-. Londres, a pesar de las ambiciones de Francfort y París, mantendrá su primacía como el centro financiero de Europa, posición que detenta desde mediados del siglo XIX y que se fundamenta en sólidas ventajas competitivas (el idioma inglés, un sistema legal probado y menores costos operativos).
La Unión Europea también seguirá se camino. El Brexit es un llamado de atención a moderar la desmesura, a ejercer mayor responsabilidad en la gestión macroeconómica, a recuperar el control de las fronteras y a darles más espacio a los ciudadanos y menos a la burocracia.
La salida de Gran Bretaña de la Unión Europea abre un interesante espacio de negociación entre la Argentina y dicho país. La negociación de un tratado de libre comercio entre el Mercosur y Gran Bretaña es factible. El comercio bilateral actual es modesto, pero Gran Bretaña podría transformarse en un importante comprador de alimentos argentinos; es el miembro de la Unión Europea más dispuesto a liberalizar sus importaciones de alimentos. Por otra parte, el potencial desarrollo de la explotación petrolera en el Atlántico Sur también ofrece un campo donde podrían identificarse importantes beneficios económicos compartidos.
En el marco de estos intereses compartidos, y con el apoyo de países amigos, ambos gobiernos podrían iniciar un diálogo constructivo sobre el tema de las Malvinas y, quizás, dar los primeros pasos para avanzar en una solución política de largo plazo y aceptable para ambas partes.
Felipe de la Balze es economista y negociador internacional.