Luis Alejandro Rizzi
Informador Público, 8-7-16
No se puede discutir el carácter humanitario de la
decisión del gobierno argentino de recibir refugiados sirios.
Tampoco me parece correcto que esa decisión se analice
en línea con la candidatura de la Sra. Malcorra, actual canciller, a la
Secretaría General de las Naciones Unidas o con algún otro tipo de interés
personal, mezquino o partidario.
Precisamente las Naciones Unidas y el mundo han sido
incapaces, no ya de encontrar soluciones a todos esos conflictos que convierten
en víctimas inocentes a sus poblaciones, como son los de Medio Oriente, sino
que las grandes potencias se limitaron a su juego, como si estuvieran apostando
en un gran casino y las personas pasaran a ser meras fichas.
No es fácil recibir a personas -se habla de tres mil-
que vienen con sus usos y costumbres, sus creencias y un estilo de vida muy
diferente al nuestro.
Pienso que el gobierno debería fijar las condiciones
mínimas bajo cuyo marco serán recibidos y uno de ellos es el respeto -resulta
casi un oxímoron- que deberán profesar a nuestras leyes y usos, pese a la
anomia en la que estamos sumergidos como sociedad.
Con esto quiero decir que se podrán mantener como
colectividad, lo que no quiere decir que deban habitar en una suerte de gueto o
barrio cerrado o aislados de nosotros. Deberán hacer un esfuerzo para
integrarse y convivir en un medio diferente del que proceden.
Por un plazo que podrían ser uno a tres años se les
debería garantizar asistencia social, en su sentido más amplio, el aprendizaje
de nuestro idioma, acceso a los sistemas de educación según los niveles de
aprendizaje individuales y un salario por un lapso de seis meses, durante el
cual deberían capacitarse o revalidar sus oficios y profesiones, que debería
continuarse como una suerte de crédito blando si pasado ese lapso no tuvieran
trabajo.
Para recibir refugiados la sociedad debe tener una
disposición de generosidad y comprensión como expresión sincera de la virtud de
la caridad.
Debemos aceptar que esa actitud tendrá un costo y que
también nos impone una obligación de comprender a aquellos que debieron emigrar
por causas ajenas a su voluntad y en definitiva por defender su derecho a
vivir, el derecho más sagrado de toda persona.
En una palabra nosotros nos debemos poner en el lugar
de ellos y ellos en el nuestro.