Tecnología y “Jaula Electrónica”
Ernesto Alonso
[Centro Pieper] 8-4-20
“China pudo lograr tan
buenos resultados contra el coronavirus porque tenía un régimen de control de
la población que hizo que la población no sufriera tanto el encierro, porque
estaban acostumbrados”, comentó días pasados un sabihondo tecnólogo en la señal
TN (Todo Noticias) sin advertir la enormidad que acaba de proferir.
Nada digamos de la probable
cantidad de muertes, cuarenta y dos mil según versiones estimables, que se han
ocultado en Whuan, la provincia donde se originó el virus, para desmentir la
exaltada eficacia china por boca del tecnólogo.
Pésimo desacierto todavía,
si develamos que el pueril acostumbramiento de los obedientes chinos no es otra
cosa que una monstruosa dominación a la que el Estado Comunista, modernización
capitalista mediante, viene sometiendo al nutrido proletariado chino; pues debe
saberse que los socialismos “realmente existentes” no han hecho otra cosa que
aplastar a su amado proletariado como si el Partido no fuese sino la odiada
Burguesía disfrazada, eso sí, de vanguardia revolucionaria.
Volviendo al gurú de TN, y
dejando en una silente penumbra tamaño exabrupto, comentaba las nuevas formas
de inspección que garantizarían más seguridad en el avance contra el
coronavirus. Explicaba precisamente que el declamado control se ha tornado
eficacísimo pues mediante “chips” incrustados en múltiples tarjetas de uso
personal, los ciudadanos son prolijamente seguidos desde que abordan un
subterráneo hasta que retornan a sus casas (suponiendo, con ingenuidad
preescolar, que el control no penetra los dinteles de la intimidad).
Todo esto para dar cuenta de
las minucias a las que puede llegar la “persecución sanitaria” si en un
malhadado vagón de algún subterráneo se detectase un infectado. De inmediato se
verificaría, en un imaginario y gigantesco tablero de control, quiénes hubieran
viajado con ese desdichado para marchar presurosos, golpearles la puerta y
ordenarles encierro cuarentenal en sus propios domicilios. ¿Cómo no
domesticarse, chinos queridos, con semejante ojo electrónico persecutorio? El
ojo del Gran Hermano de «1984» de George Orwell no es sino un estúpido juego
para niños de Salita de 3 años.
“Jaula electrónica” es la
asfixiante imagen que pergeñó el socorrido tecnólogo para mejor dar cuenta, y
con cierto regocijo, del sistema de supervisión actualmente en curso. Aquí dejamos
a nuestro comunicador de turno y vamos a nuestra consideración.
Del Panóptico a la “Jaula
Electrónica” y Vuelta…
Viene a cuento el famoso
“Panóptico” citado por Michel Foucault en su «Vigilar y Castigar» para
esclarecer un sistema de observación, control y disciplina en el que todos los
prisioneros son vistos sin que éstos puedan advertir los ojos controladores.
Saben que son controlados y que esos potentes ojos “están ahí”, pero no pueden
percatarse. El carácter invisible del ojo que controla parece tornar más
trágica y diabólica la vigilancia, agregaba Foucault.
El control del hombre es un
proyecto de la modernidad ilustrada asociado al dominio de la naturaleza física
mediante la técnica. A la física, se añadirá la “física social” para la
planificación social y las “técnicas psicológicas” para el condicionamiento de
la conducta, la exploración del inconciente y hasta el “lavado de cerebro”. La
biopolítica contemporánea no es sino el nuevo ethos de aquella libido
dominandi, según feliz expresión del maestro Rubén Calderón Bouchet. Es claro
que no salió indemne la naturaleza humana de tan empecinadas embestidas.
No es nuevo, entonces, el
apetito de control, dominio y manipulación; excepto que la sofisticación
tecnológica contribuye de doble manera a la naturalización del control.
Primero, como se ha dicho, la invisibilidad del ojo que observa que opera un
cierto efecto de lejanía y asegura inmunidad; segundo, la amigabilidad de quien
nos seduce pues parece que permitiera múltiples libertades produciendo un
paradójico efecto de cercanía del control.
Si afirmase que no me quita
el sueño demostrar que el coronavirus sea un “protocolo” articulado por los
poderes del mundo (el nuevo orden mundial, que escribo con minúsculas para restarle
un poco de la solemnidad con que
usualmente lo tratamos) no estoy desmintiendo la hipótesis de que efectivamente
sea un “protocolo”. Digo, los poderes de este mundo son lo bastante evidentes y
apremiantes como para no necesitar del coronavirus como prueba suplementaria
que demuestre la hegemonía globalizada.
Por un momento dejemos de
lado las causas y vayamos a los efectos políticos de esta pandemia. Estimo que
de hecho es un experimento de totalitarismo pues en la más prosaica de las
definiciones, totalitarismo es lograr que otros plieguen su voluntad más o
menos dócilmente a mis designios. No se me escapa que es una definición frágil
pues ni siquiera alcanzaría para explicar que un padre pueda poner orden entre
sus hijos con dos gritos. Pero aceptémosla añadiendo los contundentes elementos
que aporta la praxis carnívora de los Estados actuales, las convincentes
razones de misiles, drones, armas químicas y biológicas y las inúmeras bocas
que despiden un fuego capaz de derretir la faz de la tierra en cuestión de
minutos.
Totalitarismo y Libertad
Interior
Quiero ir a un punto que me
parece destacable y un poco omitido en algunas reflexiones que he leído y con
las que estoy de acuerdo. La brillante prosa de Antonio Caponnetto lo ha
expresado de forma inmejorable, con una pizca de saludable bufonería. «Cada vez
tiran más de la cuerda. Mañana será el “quedate en tu pieza”, después el
“quedate en tu cama”; y al fin, el “quedate quieto, esto es un asalto”. Nos
están asaltando las libertades concretas, están ejecutando sandeces, arrojando
bravatas, cometiendo tropelías», etc.
Nada que objetar. Me
gustaría recordar, empero, que una de las maneras de infligir una derrota al
totalitarismo no consiste en “quedarse en casa”, ni “quedarse quieto” como un
objeto mostrenco, sino en preservar incólume la libertad interior. El límite
inexpugnable del nuevo orden mundial, del totalitarismo y hasta del pánico del
coronavirus lo ejerce el espíritu del hombre, de cada hombre.
«El hombre puede
conservar un reducto de libertad espiritual, de independencia mental, incluso en
aquellos crueles estados de tensión psíquica y de indigencia física» (…) «cada
hombre, aún bajo unas condiciones tan trágicas, guarda la libertad interior de
decidir quién quiere ser» (…) porque «ese reducto íntimo de libertad interior
jamás se pierde. Y es precisamente esa libertad interior la que nadie nos puede
arrebatar, la que confiere a la existencia una intención y un sentido» (…) pues
la persona «es más el resultado de una decisión íntima que el producto de
férreas y tiránicas influencias recibidas» desde el exterior.
Son palabras
autorizadas del psiquiatra vienés Dr. Viktor Frankl. No se trata de una cápsula
de sentimentalismo acorde con estos tiempos de exasperante auto-ayuda. Exige
lucidez intelectual, fortaleza interior y dominio de sí.
La “jaula electrónica”, el
totalitarismo político y las baladronadas de politicastros deben denunciarse
como males que anticipan, una vez más,
aquella suerte de espiritualidad planetaria que domeñará los ánimos para
preparar la venida del gran Adversario. El varón justo no debe temer la
potencia opresiva de quien fuera, ni los encierros múltiples a los que puedan
confinarnos. Lo temible es la pérdida irremediable del sentido de la vida; el
oscurecimiento de la luz interior que confiere altura y hondura a la visión del
hombre; para decirlo de una vez con la enseñanza de Cristo, el extravío de lo
“único necesario” es el exclusivo e inexorable mal, ahora y siempre.
Recuérdese, como claro lo
tenían los primeros cristianos santificando las catacumbas contra el dominio
omnímodo del Imperio Romano, que la interioridad de cada hombre es un dominio
invencible para toda fuerza humana o demoníaca, si el hombre está dispuesto a
resistir y combatir.
Con palabras cristianas,
preferibles tal vez a la sabiduría psicológica destilada en los consejos
propuestos por el Dr. Frankl y si se tratase hoy de un ensayo que anticipe
venideros más aterradores, es imperioso clamar que ha llegado la hora inaugural
de la espiritualidad de catacumba para abatir con arrojo y esperanza la pérfida
espiritualidad planetaria.