jueves, 9 de abril de 2020

CORONAVIRUS




 Tecnología y “Jaula Electrónica”

 Ernesto Alonso 
 
[Centro Pieper] 8-4-20

“China pudo lograr tan buenos resultados contra el coronavirus porque tenía un régimen de control de la población que hizo que la población no sufriera tanto el encierro, porque estaban acostumbrados”, comentó días pasados un sabihondo tecnólogo en la señal TN (Todo Noticias) sin advertir la enormidad que acaba de proferir.
    
Nada digamos de la probable cantidad de muertes, cuarenta y dos mil según versiones estimables, que se han ocultado en Whuan, la provincia donde se originó el virus, para desmentir la exaltada eficacia china por boca del tecnólogo.
    
Pésimo desacierto todavía, si develamos que el pueril acostumbramiento de los obedientes chinos no es otra cosa que una monstruosa dominación a la que el Estado Comunista, modernización capitalista mediante, viene sometiendo al nutrido proletariado chino; pues debe saberse que los socialismos “realmente existentes” no han hecho otra cosa que aplastar a su amado proletariado como si el Partido no fuese sino la odiada Burguesía disfrazada, eso sí, de vanguardia revolucionaria. 
    
Volviendo al gurú de TN, y dejando en una silente penumbra tamaño exabrupto, comentaba las nuevas formas de inspección que garantizarían más seguridad en el avance contra el coronavirus. Explicaba precisamente que el declamado control se ha tornado eficacísimo pues mediante “chips” incrustados en múltiples tarjetas de uso personal, los ciudadanos son prolijamente seguidos desde que abordan un subterráneo hasta que retornan a sus casas (suponiendo, con ingenuidad preescolar, que el control no penetra los dinteles de la intimidad).
    
Todo esto para dar cuenta de las minucias a las que puede llegar la “persecución sanitaria” si en un malhadado vagón de algún subterráneo se detectase un infectado. De inmediato se verificaría, en un imaginario y gigantesco tablero de control, quiénes hubieran viajado con ese desdichado para marchar presurosos, golpearles la puerta y ordenarles encierro cuarentenal en sus propios domicilios. ¿Cómo no domesticarse, chinos queridos, con semejante ojo electrónico persecutorio? El ojo del Gran Hermano de «1984» de George Orwell no es sino un estúpido juego para niños de Salita de 3 años.

“Jaula electrónica” es la asfixiante imagen que pergeñó el socorrido tecnólogo para mejor dar cuenta, y con cierto regocijo, del sistema de supervisión actualmente en curso. Aquí dejamos a nuestro comunicador de turno y vamos a nuestra consideración.


Del Panóptico a la “Jaula Electrónica” y Vuelta…
    
Viene a cuento el famoso “Panóptico” citado por Michel Foucault en su «Vigilar y Castigar» para esclarecer un sistema de observación, control y disciplina en el que todos los prisioneros son vistos sin que éstos puedan advertir los ojos controladores. Saben que son controlados y que esos potentes ojos “están ahí”, pero no pueden percatarse. El carácter invisible del ojo que controla parece tornar más trágica y diabólica la vigilancia, agregaba Foucault.
    
El control del hombre es un proyecto de la modernidad ilustrada asociado al dominio de la naturaleza física mediante la técnica. A la física, se añadirá la “física social” para la planificación social y las “técnicas psicológicas” para el condicionamiento de la conducta, la exploración del inconciente y hasta el “lavado de cerebro”. La biopolítica contemporánea no es sino el nuevo ethos de aquella libido dominandi, según feliz expresión del maestro Rubén Calderón Bouchet. Es claro que no salió indemne la naturaleza humana de tan empecinadas embestidas.
    
No es nuevo, entonces, el apetito de control, dominio y manipulación; excepto que la sofisticación tecnológica contribuye de doble manera a la naturalización del control. Primero, como se ha dicho, la invisibilidad del ojo que observa que opera un cierto efecto de lejanía y asegura inmunidad; segundo, la amigabilidad de quien nos seduce pues parece que permitiera múltiples libertades produciendo un paradójico efecto de cercanía del control. 
    
Si afirmase que no me quita el sueño demostrar que el coronavirus sea un “protocolo” articulado por los poderes del mundo (el nuevo orden mundial, que escribo con minúsculas para restarle un poco de la solemnidad  con que usualmente lo tratamos) no estoy desmintiendo la hipótesis de que efectivamente sea un “protocolo”. Digo, los poderes de este mundo son lo bastante evidentes y apremiantes como para no necesitar del coronavirus como prueba suplementaria que demuestre la hegemonía globalizada.
    
Por un momento dejemos de lado las causas y vayamos a los efectos políticos de esta pandemia. Estimo que de hecho es un experimento de totalitarismo pues en la más prosaica de las definiciones, totalitarismo es lograr que otros plieguen su voluntad más o menos dócilmente a mis designios. No se me escapa que es una definición frágil pues ni siquiera alcanzaría para explicar que un padre pueda poner orden entre sus hijos con dos gritos. Pero aceptémosla añadiendo los contundentes elementos que aporta la praxis carnívora de los Estados actuales, las convincentes razones de misiles, drones, armas químicas y biológicas y las inúmeras bocas que despiden un fuego capaz de derretir la faz de la tierra en cuestión de minutos.


Totalitarismo y Libertad Interior
    
Quiero ir a un punto que me parece destacable y un poco omitido en algunas reflexiones que he leído y con las que estoy de acuerdo. La brillante prosa de Antonio Caponnetto lo ha expresado de forma inmejorable, con una pizca de saludable bufonería. «Cada vez tiran más de la cuerda. Mañana será el “quedate en tu pieza”, después el “quedate en tu cama”; y al fin, el “quedate quieto, esto es un asalto”. Nos están asaltando las libertades concretas, están ejecutando sandeces, arrojando bravatas, cometiendo tropelías», etc.
    
Nada que objetar. Me gustaría recordar, empero, que una de las maneras de infligir una derrota al totalitarismo no consiste en “quedarse en casa”, ni “quedarse quieto” como un objeto mostrenco, sino en preservar incólume la libertad interior. El límite inexpugnable del nuevo orden mundial, del totalitarismo y hasta del pánico del coronavirus lo ejerce el espíritu del hombre, de cada hombre. 

«El hombre puede conservar un reducto de libertad espiritual, de independencia mental, incluso en aquellos crueles estados de tensión psíquica y de indigencia física» (…) «cada hombre, aún bajo unas condiciones tan trágicas, guarda la libertad interior de decidir quién quiere ser» (…) porque «ese reducto íntimo de libertad interior jamás se pierde. Y es precisamente esa libertad interior la que nadie nos puede arrebatar, la que confiere a la existencia una intención y un sentido» (…) pues la persona «es más el resultado de una decisión íntima que el producto de férreas y tiránicas influencias recibidas» desde el exterior. 

Son palabras autorizadas del psiquiatra vienés Dr. Viktor Frankl. No se trata de una cápsula de sentimentalismo acorde con estos tiempos de exasperante auto-ayuda. Exige lucidez intelectual, fortaleza interior y dominio de sí.
    
La “jaula electrónica”, el totalitarismo político y las baladronadas de politicastros deben denunciarse como males que anticipan, una vez más,  aquella suerte de espiritualidad planetaria que domeñará los ánimos para preparar la venida del gran Adversario. El varón justo no debe temer la potencia opresiva de quien fuera, ni los encierros múltiples a los que puedan confinarnos. Lo temible es la pérdida irremediable del sentido de la vida; el oscurecimiento de la luz interior que confiere altura y hondura a la visión del hombre; para decirlo de una vez con la enseñanza de Cristo, el extravío de lo “único necesario” es el exclusivo e inexorable mal, ahora y siempre. 
    
Recuérdese, como claro lo tenían los primeros cristianos santificando las catacumbas contra el dominio omnímodo del Imperio Romano, que la interioridad de cada hombre es un dominio invencible para toda fuerza humana o demoníaca, si el hombre está dispuesto a resistir y combatir. 
    
Con palabras cristianas, preferibles tal vez a la sabiduría psicológica destilada en los consejos propuestos por el Dr. Frankl y si se tratase hoy de un ensayo que anticipe venideros más aterradores, es imperioso clamar que ha llegado la hora inaugural de la espiritualidad de catacumba para abatir con arrojo y esperanza la pérfida espiritualidad planetaria.