frente a la amenaza de la
pandemia
Por Julio Bárbaro
Infobae, 5 de abril de 2020
El enorme esfuerzo de la
cuarentena rompió su hechizo frente a la multitud necesitada. Los que podemos
guardarnos del contagio en hogares dignos y con tarjetas de larga duración
vimos de golpe la aparición de los caídos, de esos que solíamos negar, ignorar,
referirnos a ellos como si fuéramos lo mismo, sin ser ya siquiera parecidos.
¿Salieron los protegidos o los olvidados?
Ellos salieron imponiendo la
necesidad sobre el riesgo, expresando que la vida sin dignidad es la peor de
las pandemias. Son una creación de los últimos cuarenta y cinco años, cuando
alguien se ocupó de asesinar al Estado que los protegía. Ahora salieron a
decirnos que la necesidad tiene cara de hereje, que el hambre es cotidiana y el
contagio tan solo un riesgo que asusta a los que tienen porque a ellos ya hace
tiempo que nada los amedrenta. La multitud dejó casi sin sentido el esfuerzo y
los recaudos de tantos días. Es que supermercados sin bancos es promesa de un
final sin sentido. La cuarentena quedó al desnudo como necesidad de un sector y
molestia del otro, y ambos parecieran ser cerca de dos mitades.
La pandemia le ofreció al
Presidente la posibilidad de ocupar el lugar de un estadista, y hubo un momento
donde el consenso pudo parecer excesivo para nuestra limitada capacidad de
edificar coincidencias. Esa grandeza que Macri ni siquiera llegó a entender de
golpe vino de regalo como fruto amargo de la adversidad. Lamentablemente, no
duró demasiado: duró hasta que se permitió el derecho de acusar a un empresario
de “miserable”. Esa fisura reabrió grietas y odios que seguían vigentes y
aguardaban su momento. El Presidente les habilitó el tiempo de expresión.
Luego, vino el abrazo a Hugo Moyano. Son gestos que configuran una concepción
del poder, en rigor, una idea profunda de priorizar el conflicto antes que el
consenso. No critico otra cosa que el sentido de los gestos, de la manera en
que Alberto Fernández retorna al redil “kirchnerista” simplemente por elegir
amores y odios en contra de la posibilidad de un acercamiento entre los
ciudadanos. En ninguno de sus gestos hay necesidad de expresión pública ni de
definición de rumbo, solo tomarse una licencia más poética que política y dejar
de lado la voluntad de apoyo de importantes sectores de nuestra frustrada
sociedad.
La comprensión compartida
del pasado es un prólogo imprescindible para el reencuentro. Los caprichos de
las partes reivindican miradas que además de falaces y absurdas convierten
nuestra historia en una razón más para la división del presente. La pandemia
dio una gran y única oportunidad que el Presidente supo aprovechar en los
inicios en favor de toda la ciudadanía y más allá de las opiniones arbitrarias
de los que aplaudían a Trump, Bolsonaro o Boris Johnson y su penosa -y muy
costosa en términos de vidas- negligencia e impericia como gobernantes. Pero en
algún momento decidió dejarla pasar. De pronto, a un aplauso colectivo a los
profesionales y empleados comprometidos con nuestra salud se le agregó un
cacerolazo entre balcones para volver a reivindicar las diferencias.
Innecesario, ni siquiera sirve para conformar la fuerza propia cuando el virus
permitía acercar a la concordia hasta a los más fanatizados. Y no hay explicación
ideológica que resuelva este absurdo donde no es posible militar por el
encuentro, y solo canaliza energías la cara deforme del imprescindible
culpable. Hay una liviandad en estos gestos que merece su análisis porque así
también es nuestra sociedad. Es necesario asumir del pasado los errores de cada
quien, y luego, proponer un presente donde los miserables no ocupen lugar
alguno en el espacio de nuestras relaciones. Lo más grave todavía es la
inexistencia de la oposición: eso obliga a quien gobierna a asumir la
responsabilidad de hacerse cargo de la frustración propia y ajena. O más bien
dicho, la existencia de una oposición carente de propuestas y candidatos y
plena de resentimiento que le impide, hasta ahora, sostener cualquier gesto de
grandeza patriótica.
El Gobierno tuvo una semana
intensa: llegó con justicia a su máximo de prestigio y retrocedió a la
trinchera de sus votantes. La oposición se limita a incentivar irracionalmente
las cacerolas. En estos términos la política peligra frente a la amenaza de la
pandemia. Y el cierre de los bancos desnuda una impericia que impone el absurdo
de aislar a los jóvenes para terminar amontonando a los jubilados en torno a su
imperiosa necesidad de cobrar sus haberes. Triste y absurda decisión que revela
una falta de conocimiento de la política: dejar los supermercados abiertos y
cerrar los bancos es un error cuyo único final es irracional. Demasiado
esfuerzo es aislarnos para terminar en una aglomeración de mayores urgidos por
sus necesidades.
A diferencia de la anterior,
esta fue una semana que requiere una crítica y una autocrítica. Esperemos que
los hechos no sigan dejando sin sentido a la abundancia de palabras y que el
Gobierno vuelva a acercarse a sus mejores decisiones y a reflejar las
necesidades de la sociedad frente a la pandemia.