sábado, 18 de abril de 2020

MALVINAS, LA GUERRA SUBMARINA



el día que el ARA San Luis lanzó sus torpedos contra una fragata inglesa

Fuer en mayo de 1982. El hoy capitán de navío (RE) Fernando Azcueta dio la orden de ¡Fuego! contra la HMS Alacrity ¿Qué ocurrió en las profundidades del mar? ¿Qué dice el informe secreto sobre el ataque? Casi 40 años después de la guerra, el comandante argentino se encontró con su par inglés. Qué se dijeron frente a frente dos hombres que en 1982 habían intentado eliminarse

Por Mariano Sciaroni
Infobae, 18 de abril de 2020


Los dos veteranos marinos, ambos impecablemente vestidos, se miraron fijamente. Nunca se habían tenido odio ni cuando, casi 40 años antes, habían intentado matarse. A mediados del año 2019, en un bar en las cercanías de Portsmouth en el Reino Unido, con un café de por medio, intercambiaron sus vivencias de la guerra de 1982 y comprobaron que los hombres de mar tienen cosas que los unen y que van más allá de las épocas, los lenguajes y las banderas.
Uno de ellos, el Capitán de Navío (RE) VGM Fernando María Azcueta, submarinista de la Armada Argentina y comandante del Submarino ARA San Luis. El otro, el Comodoro Chris J S Craig RN Rtd, comandante de la fragata británica HMS Alacrity. Dos profesionales del mar, de los mejores hombres que se enfrentaron por Malvinas.
Era la primera vez que se veían, pero no la primera vez que se encontraban.

El 10 de mayo de 1982, en plena guerra por las Malvinas, el submarino ARA San Luis permanecía en el Área de Patrulla MARÍA, en las cercanías de la entrada norte del Estrecho de San Carlos, sobre la Ensenada del Norte.
Su comandante y la tripulación habían pasado varios sobresaltos desde el inicio de las hostilidades, especialmente el 1 de mayo, cuando atacaron a la flota enemiga y fueron luego atacados por buques y helicópteros. Ni que hablar del 8 de mayo, cuando detectaron un contacto submarino y le lanzaron un torpedo buscador.

El Capitán de Fragata Fernando Azcueta no era un novato. Con 40 años y un padre submarinista, tenía una vida dedicada a la Armada Argentina. Sus hombres confiaban en él y lo seguirían hasta la puerta del mismo infierno.
En horas de la tarde (a las 15:40 hs) de ese 10 de mayo, el equipo sonar del submarino argentino detectó un buque en la superficie, que se dirigía hacia el estrecho. El contacto transitaba a alta velocidad, por lo que el San Luis no pudo posicionarse para lanzar sus torpedos. Según informó Azcueta a su ansiosa tripulación “no es conveniente aumentar la velocidad y cavitar ya que las condiciones de propagación (del sonido) son muy buenas”. Dicho de otra forma, si aumentaba la velocidad lo detectarían rápidamente los sensores británicos, que estaban a la escucha de cualquier cosa que pasaba debajo del mar.

Para peor, a las 17:30, había izado el periscopio para intentar determinar de qué se trataba ese blanco, pero, según anotó el comandante en el Diario de Guerra, “la exposición hecha en la penumbra del crepúsculo no permitió el avistaje” y “concordante con ello el blanco cambia su emisión radar a escala corta por lo que temo haber dado un punto datos radar por ello no repito la observación durante la aproximación”. Los equipos de guerra electrónica del submarino habían detectado una posible contra detección por parte del radar del buque, por lo que el periscopio volvió rápidamente a la seguridad del mar.

Con todo ello, Azcueta consideró que era mejor esperar el regreso del blanco, más cuando, por la experiencia de días anteriores, sabían que los buques volvían por el mismo camino en que habían venido.
Alrededor de las 00:30, ya del 11 de mayo, los operadores de sonar en el submarino comenzaron a rastrear no uno sino dos contactos en sus consolas, y de acuerdo con su firma acústica, se los clasificó como destructores (DD) o fragatas (FF), ordenando entonces Azcueta posicionar al submarino para el ataque (ningún barco argentino se encontraba allí, por lo que cualquier detección se asumía como hostil).
Estos buques de guerra eran las fragatas Tipo 21 HMS Arrow y HMS Alacrity, regresando al núcleo de la flota (donde se encontraban los portaaviones y los buques logísticos) a alta velocidad y con señuelos antitorpedos desplegados (los señuelos producen ruidos para seducir a los torpedos inteligentes y son remolcados a una considerable distancia del buque).

La Alacrity había ingresado al estrecho por el sur, con la peligrosa misión de establecer si el mismo estaba minado (que no lo estaba) y, en su derrotero, había hundido al buque logístico ARA Isla de los Estados con fuego de cañón. A su vez, la Arrow había esperado a la primera al norte del estrecho, para juntas volver al núcleo de la flota antes de las peligrosas horas del alba, cuando podrían ser atacadas por aeronaves argentinas (ya que conocían perfectamente que los aviones de ataque argentino solo operaban en horas diurnas).
Azcueta no estaba errado acerca de lo peligroso de hacer ruido. Pocas horas antes, y en la maniobra de acercamiento al Estrecho de San Carlos, la Arrow había tenido un contacto sonar a las 23:17 hs, clasificándolo como POSIBLE SUBMARINO (POSSUB, confianza 2 en este caso), pasando rápidamente a estaciones de combate. Veinte minutos más tarde, sin embargo, se había reclasificado el contacto como NO SUBMARINO, en tanto se entendió que lo que se había detectado eran rocas en el fondo marino. Por la ubicación del contacto, posiblemente sus sonaristas detectaron al ARA San Luis... pero no prestaron atención al mismo.
Sin embargo, ahora regresaban a alta velocidad hacia la seguridad de la flota, por lo que no podían escuchar al ARA San Luis (el ruido del agua sobre el casco del buque complica la detección del sonar), quien, navegando lentamente al ras del agua (a solo cuatro nudos), se acercó a 8,000 yardas (unos 7,3 km) del objetivo más retrasado y a su izquierda: la HMS Alacrity.

De acuerdo al Capitán Azcueta:
“No expuse periscopio porque era de noche; las condiciones del lanzamiento fueron excelentes, de polígono: corta distancia, muy buenos datos del blanco, yo paré el submarino para que no trabajara el cable de filoguiado (y para convertir el movimiento relativo en verdadero a efectos de facilitar el guiado del torpedo), el buque apuntado, etc. Todo el lanzamiento por sonido con muy buenas condiciones de propagación. No tenía más por hacer, al menos, no se me ocurrió nada más. El lanzamiento fue contra el buque que navegaba sobre la costa que estimo que era la Alacrity; la Arrow, a mi estribor, era su compañera”.
Como un francotirador apostado, a las 01:42 Azcueta ordenó “FUEGO” y detener el submarino. Pero el torpedo, por un defecto, no salió del tubo. Un par de minutos más tarde, ahora el objetivo evaluado a 5.200 yardas (4,75 km), el comandante del San Luis dio nuevamente la orden de disparar, y un torpedo inteligente SST-4 en ajustes de baja velocidad, modo pasivo (esto es, el torpedo al disponerse a atacar se limitará a escuchar los ruidos del blanco) y curso de búsqueda en zig-zag finalmente dejó el submarino desde el tubo de torpedos número 8.

El disparo fue realizado en condiciones casi óptimas y, dado que el buque se encontraba entre la costa y el submarino, los errores de apreciación de distancia jamás podrían haber sido elevados. Esto es, la solución al cálculo para el disparo de torpedos consiste en poder establecer con la mayor precisión posible la distancia, curso, velocidad y azimut del blanco. Por lo menos en este caso, tres de las variables eran casi exactas. Esto no era una cuestión menor. La computadora de tiro VM8/24 (el cerebro que permite los cálculos y puede guiar hasta tres torpedos en forma automática hasta el blanco) se había roto a poco de comenzar la patrulla de guerra y, pese a los esfuerzos, no había podido ser reparada. Los cálculos, entonces, eran manuales y solo se podía guiar un único torpedo por vez, en modo manual y de emergencia.
El SST-4, un torpedo pesado que es guiado desde el submarino por un fino cable de cobre, comenzó a alejarse con rumbo Sur. Entonces se le ordenó al torpedo pasar al modo de alta velocidad y, poco después, el operador le ordenó una muy leve corrección del rumbo y, como también había sucedido el 1 de mayo, habiendo pasado 3 minutos, llegó a la consola la señal de cable cortado. Es decir, el torpedo no estaba más unido al submarino.
Eso no quería decir que el torpedo se perdiera en las profundidades del océano: el arma entonces debía seguir, como un robot, la última orden recibida y, llegado a las proximidades del blanco, encender su propio sonar y atacar autónomamente al enemigo.

Desde el submarino era todo expectativa. Sin embargo, otros 3 minutos más tarde, solo se pudo escuchar un sonido metálico en el azimut del torpedo. Pero ninguna explosión.
El Cabo Primero Damián Washington “Piti” Riveros, se encontraba a proa del submarino, operando los tubos lanzatorpedos de babor y así lo relata:
“Encontramos no uno, sino dos blancos para atacar en impecables condiciones, y más allá de la forma en que ocupamos nuestros puestos de combate, muy silenciosa pero eficiente, todo nuestro cuerpo se había convertido en un gran guerrero, que ya estaba jugado pero habíamos jurado defender nuestra patria y además irnos a pique antes que arriar el pabellón... la adrenalina estaba a flor de piel, no podíamos ver al blanco pero lo teníamos ahí, tan cerca como lo imaginaba y sentí que el torpedo tomó carrera y se eyectó fuera del tubo... allá iban las esperanzas de todos nosotros y ya estábamos preparando el ataque al segundo buque... de repente un golpe seco y solido pero no hubo explosión”.
Azcueta ordenó un nuevo lanzamiento, la maniobra se vio abortada por lo que se consideró un posible torpedo enemigo sobre la banda de estribor, apreciándose poco después que se trataba del ruido producido por la inundación del tubo número 3. Debido a la velocidad del objetivo, y suponiendo incorrectamente que ambas naves estaban alertadas en ese momento, el Capitán no ordenó lanzar por cuarta vez.

A partir de allí, la tripulación del San Luis se preparó para lo peor: un contraataque de los dos enemigos de la superficie. El Cabo Principal Alberto F. Poskin, quien estaba en la sala de control como operador de los planos de profundidad recuerda: “Pensamos... bueno sonamos, ahora van a contraatacar”. Pero nada sucedió.
El ataque había pasado desapercibido para los buques de guerra británicos, que llegaron sanos y salvos a la seguridad de la flota a las 8:00. De hecho, Chris Craig, comandante de la HMS Alacrity, se enteró del ataque frustrado solo un año después, al leer un informe escrito por el propio Azcueta.
Según el comandante Craig:
“No tenía motivos para 
dudar de su palabra. Su sincronización y posición se ajustaban a nuestra partida con precisión. Había elegido regresar a nuestra mejor velocidad, haciendo maniobras evasivas y remolcando los señuelos de torpedos. Sabía muy bien que nuestra alta velocidad nos impedía detectar cualquier cosa en el sonar, pero ese era otro equilibrio de riesgo: haber estado todavía corto de cobertura aérea de la Fuerza de Tarea a primera luz podría haber resultado desastroso. Parece que Dios sonrió a la Alacrity esa noche”.

Ese informe también fue leído por el comandante de la Arrow, Paul Bootherstone, quien recordó que su señuelo remolcado Tipo 182 había sufrido abolladuras ese mismo día, considerándose entonces que los daños podrían haberse producido al chocar con el fondo marino. En ese momento, anotó como “probable” que el golpe fuera del torpedo argentino, que al perder el cable perdió su rumbo y finalmente lo impactó sin detonar.
Un par de horas más tarde, con los buques ya lejos, Azcueta ordenó romper el silencio de radio y emitir este mensaje a sus superiores:

“POSICION ENSENADA DEL NORTE, HE ATACADO DOS DD/FF… DATOS Y POSICIÓN DE LANZAMIENTO MUY BUENOS, PRIMER TORPEDO EMERGENCIA CORTÓ CABLE, NEGATIVO IMPACTO. ANULADO LANZAMIENTO SOBRE SEGUNDO BLANCO, CONSIDERO SISTEMA DE ARMAS NO CONFIABLE, POSICIÓN PROPIA CONOCIDA POR ENEMIGO”

Azcueta tenía razón en catalogar a los torpedos SST-4 como un sistema “no confiable”. Era la segunda vez que fallaban en combate, teniendo antes, en los tiempos de paz, un enorme historial de problemas pese a que eran armas muy avanzadas. Recién se solucionarían en la postguerra, con la ayuda del propio fabricante.
Después de recibir el mensaje, el Comando de la Fuerza de Submarinos ordenó que la unidad regresara a puerto. Finalmente, el 19 de mayo, después de 39 días de patrulla, el ARA San Luis arribó a Puerto Belgrano.

Y, aunque la tripulación y el personal de la base apresuraron las reparaciones para que el submarino estuviera listo para la batalla nuevamente, menos de un mes después las fuerzas argentinas en las Islas Malvinas se rindieron, terminando la campaña antes de que se finalizaran las reparaciones.
Poco más tarde, la Alacrity también regresó a su base británica, sin bajas en su personal.

 “Mi mujer le agradece que su torpedo no haya impactado”, le señaló con típico humor británico el Comodoro Craig al Capitán Azcueta. Los dos marinos sonrieron en ese segundo encuentro, ahora sin uniforme y sin las tensiones de una guerra.
Muy distinto al que vivieron casi 40 años antes en unas frías aguas del Atlántico Sur.