porque habían perdido la
guerra
El
politólogo Eugenio Kvaternik reivindica la solución que intentó Alfonsín al
drama de los 70, pero cree que fracasó porque “la violencia fue una forma de
hacer política de la cual los argentinos no se hacen responsables, le echan la
culpa sólo a las FFAA”
Por Claudia Peiró
Infobe, 16 de abril de 2017
Después del levantamiento de
Semana Santa, "Alfonsín aparece forzado a hacer en contra de su
voluntad lo que siempre había querido
hacer", es decir, limitar el número de procesados por violaciones a los derechos
humanos y por la lucha armada. Esto lo escribió Eugenio Kvaternik en el prólogo
del libro de Pablo Anzaldi, Los años 70 a fondo. Cargar la responsabilidad de
la represión ilegal en los altos mandos, como proponía Alfonsín, le parece más
justo que lo que llama "la teología" que "nos han dejado como
legado" el kirchnerismo y los organismos de derechos humanos, "en la
que hay un demonio que nunca fue ángel, la contrainsurgencia, y un ángel que
nunca fue demonio: la insurgencia".
En esta entrevista con
Infobae, Kvaternik se muestra escéptico sobre la posibilidad de una solución
que refleje de modo más acertado una responsabilidad que fue "desigual
pero compartida". Cree que sólo queda seguir diciendo la verdad. Es lo que
intenta en esta charla, en la cual fustiga la hipocresía y el cinismo de los
dos partidos históricos, el radicalismo –que no acompañó a Alfonsín como debía
en este tema- y el peronismo, pero también del PRO.
El alzamiento carapintada
fue una consecuencia directa de ese espíritu, de políticos que cuando podían
apoyar una solución razonable al tema de las secuelas de la violencia de los
70, "se negaron a hacerlo" y cuando quisieron hacerlo "llegaron
tarde".
—¿Qué caracterización hace
usted del levantamiento carapintada?
— Yo me acuerdo de una
imagen que utilizó el politólogo norteamericano Samuel Huntington cuando
analizaba estos levantamientos post transición democrática. Él decía que había
sido como cuando, sobre el final de la guerra, los alemanes derrotan a los
Aliados en la batalla de las Ardenas, en Bélgica, pero la guerra ya la habían
perdido. Utilizando esa metáfora, este levantamiento se puede entender así:
irónicamente, los carapintadas ganaron esa batalla porque habían perdido la
guerra. Y Kirchner se benefició, y no tuvo ningún alzamiento militar, precisamente
por ese motivo. Después de Semana Santa, los militares no podían hacer nada más
con actos de fuerza desde el Ejército. Y es por eso que algunos de ellos, los
principales protagonistas, como Aldo Rico y otros, se dedican a la política,
porque tienen claro que vía revuelta armada los militares habían perdido.
— ¿No fue un intento de
golpe de Estado?
— No, no. El levantamiento
fue una consecuencia del fracaso de la Ley de Punto Final que el gobierno había
enviado al Congreso a fines del año 86 y cuyo objetivo había sido acotar el
número de los jefes y oficiales imputados por excesos en la guerra
antisubversiva. La idea de Raúl Alfonsín era que con esa ley el número de jefes
y oficiales juzgados fuese, grosso modo, de aproximadamente cuarenta. Pero la
Justicia torpedeó el proyecto, prolongó el plazo y en lugar de 40 encausados
como estimaban Alfonsín y sus asesores, elevó el número a 400 y así desencadenó
el levantamiento carapintada.
— Usted distingue al
alfonsinismo de Alfonsín, ¿por qué?
— Porque Alfonsín procesó a
las dos cúpulas, a la militar y a la insurgente, mientras que el alfonsinismo
reivindicó solamente el juicio a los militares y se llamó a silencio, con
honrosas excepciones, sobre el caso de la guerrilla. Fíjese que los carapintada
hablaban muy bien de Alfonsín, no así del alfonsinismo. En rigor de verdad, la
semilla de la política de derechos humanos del kirchnerismo está en parte en la
actitud del alfonsinismo, pero también del peronismo. La ética de la convicción
vergonzante, de una parte del alfonsinismo, a la que se acopló el peronismo que
creía a la vez en la ética de la responsabilidad y en la ética de la
convicción, es decir en ninguna, abrió la puerta a la ética de la convicción
perversa del kirchnerismo.
— Usted señala en algunos
peronistas una actitud algo oportunista porque el peronismo tendría buenos
vínculos con los carapintadas…
— Cuando surgió el
alzamiento carapintada algunos políticos peronistas de la provincia de Buenos
Aires como Luis Macaya, que después fue vicegobernador, se acoplaron a los
carapintada. Pero antes del levantamiento, en el 84, cuando Alfonsín procesa a
las Juntas y a las cúpulas, tanto el radicalismo como el peronismo se oponen.
Ambos partidos mayoritarios, cambian luego de actitud en el 86 porque votan la
Ley de Punto Final y en el 87 la Obediencia Debida. Mi argumentación sería: lo
hacen en el 86 a desgano y forzados en el 87. Si lo hubiesen hecho convencidos
en el 84 cuando Alfonsín procesó a las Juntas y a las cúpulas guerrilleras no
hubiera habido Ley de Punto Final en el 86, ni levantamiento de Semana Santa ni
otras secuelas posteriores. O sea, hicieron lo que tendrían que haber hecho en
el 84 en el 87, muy poco y muy tarde. Gorbachov decía que la vida castiga al
que llega tarde. Y antes que él, San Agustín dijo que el pusilánime es alguien
que cuando pudo no quiso y que cuando quiere no puede. En síntesis, ninguno de
los dos partidos mayoritarios asumió el problema de las secuelas de la guerra
antisubversiva como una cuestión de Estado, como sí lo hicieron las fuerzas
políticas en Uruguay. Ambos se negaron a hacerlo cuando podían y llegaron tarde
cuando querían.
— Usted rescata el enfoque
que le quiso dar Alfonsín como más ecuánime o más justo para saldar ese
período.
— También rescato los
indultos de Carlos Menem. Alfonsín, al acotar el número de procesados con su
teoría de los tres niveles de responsabilidad -los que dieron las órdenes, los
que cumplieron con la obediencia debida y los que se excedieron en el
cumplimiento-, actuó de acuerdo a lo que Max Weber llamaba las dos éticas, la
de la convicción y la de la responsabilidad. La primera requería sancionar a
quienes de uno y otro bando fueron los responsables de la violencia. Y la ética
de la responsabilidad, porque quiso acotar el número de encausados.
Menem, en
cambio, es más un hombre de Estado, decide únicamente por una ética de la
responsabilidad. O sea, atento sólo a las consecuencias. En el caso de Menem a
esta lógica va adosado un criterio, creo yo, como el que se aplicó en algunos
de los países de la Europa post comunista respecto de la violación de los
derechos individuales bajo el comunismo: que como es prácticamente imposible
castigar a todos, no se debe castigar a ninguno. O sea, no se trata de una
ética consecuencialista sino de una estrategia que se ajusta a la fuerza de las
cosas.
En la sociedad argentina los partidos
políticos no asumen el tema de las secuelas de la guerra antisubversiva como
una cuestión de Estado
—Ahora bien, esos indultos
les quitaron a los militares una bandera, una reivindicación aglutinante, y
ello, sumado a la eliminación del servicio militar obligatorio, ¿no explica en
parte las razones por las cuales cuando Kirchner llega al gobierno una década
después no enfrenta ninguna resistencia?
—Eso es una parte muy importante
pero no me parece todo. Es todo un proceso. Pero desde el punto de vista, no sé
cómo llamarlo, filosófico o de espíritu de época, el problema está en que en la
sociedad argentina los partidos políticos no asumen el tema de las secuelas de
la guerra antisubversiva como lo hicieron los partidos uruguayos como una
cuestión de Estado. Al no asumirlo de esa forma, terminó echándole la
responsabilidad a todos los militares y desencadenaron un proceso que terminó
en el kirchnerismo.
— Otra diferencia con
Uruguay y también con Chile es que en esos países las fuerzas de izquierda, no
sólo la izquierda armada, han asumido su responsabilidad en la escalada de la
violencia. Acá no solo no lo hacen sino que al contrario…
— No, de hecho, en la última
conmemoración del 24 de Marzo los grupos de derechos humanos reivindicaron la
lucha armada. El problema es que no sólo no asumen su responsabilidad sino que
también niegan el derecho del Estado a reprimir. La subversión no puede ser
reprimida. Lanusse no podía reprimir a pesar de que instauró un tribunal civil
para que los insurgentes fuesen enjuiciados de acuerdo al debido proceso.
Tampoco tenía derecho a hacerlo porque fue un gobierno militar. Cuando viene
Perón, con su legitimidad apabullante, tampoco tiene derecho a reprimir. Cuando
Isabel, que es un gobierno legal, reprime a través del Operativo Independencia
al ERP con el apoyo de buena parte de la sociedad civil tucumana y los
dirigentes sindicales, tampoco tiene derecho a hacerlo.
Lo único que se puede
hacer con los insurgentes es amnistiarlos como hizo Cámpora. Insisto, no
importa la naturaleza del gobierno, ninguno, militar, civil, peronista o no
peronista, tenía derecho a hacerlo. No podía haber fusilados, ni presos, porque
por definición un insurgente detenido, es un preso político. Por ende lo único
que se puede hacer es lo que hizo Campora: amnistiarlo. Y si vuelve a tomar las
armas, mejor.
De acuerdo a la teoría de la guerra justa, la
agresión es injusta por definición y legítima la respuesta. Acá es exactamente
al revés
En las guerras externas,
entre dos Estados, cualquiera de los dos puede ser el agresor. En cambio, la
particularidad de los conflictos entre insurgentes y contra insurgentes es que
el agresor siempre es el insurgente y el Estado responde a esa agresión.
La
tradición liberal de la guerra justa, cuyo mayor exponente es el profesor de
Harvard Michael Walzer, la única guerra justa es la guerra que repele la
agresión. Entonces, el Estado argentino actuó justamente, con medios injustos,
es cierto, pero actuó justamente. Ahora hemos invertido el paradigma, el Estado
no tenía derecho a reprimir. De acuerdo a la teoría de la guerra justa, la
agresión es injusta por definición y legítima la respuesta. Acá es exactamente
al revés, nada es justo: no es justo lo que hizo Lanusse por procedimientos
legales, no es justo lo que hizo Perón basado en su legitimidad, no es justo el
Operativo Independencia. Lo único justo es la amnistía de Cámpora. El
insurgente puede hacer de todo pero lo único que se puede hacer con él es no
reprimirlo sino liberarlo porque cuando está preso no es un insurgente sino un
preso político.
— El cuestionamiento es a la
modalidad que adquirió esa respuesta.
— No, ahí discrepo. Es
cierto que las desapariciones fueron una barbaridad pero ¿usted cree realmente
que si en vez de haber habido desaparecidos hubiera habido fusilados por las
leyes de la guerra, con tribunales militares sumarísimos, los grupos de
derechos humanos lo hubiesen aceptado? ¿Qué hubiesen aceptado los grupos de derechos
humanos? Salvo honrosas excepciones, porque nadie dice qué tendrían que haber
hecho, cómo tendrían que haber reprimido los militares. Tampoco aceptaron la
Cámara Penal Federal de Lanusse –un tribunal civil- que los juzgó por derecha y
la rebautizaron "Cámara del terror".
— Bueno, le negaban
legitimidad a Lanusse por ser un gobierno de facto. De todos modos cuando viene
la apertura y gana el peronismo, lo que era parte de su objetivo, no cesó la
lucha armada.
— No, por eso. Lo que digo
es que el acto del 24 de Marzo y la reivindicación de la insurgencia, de la
violencia de la década del 70, es una especie de repetición simbólica de la
amnistía de Cámpora. En vez del "uno, varios, muchos Vietnam" del
Che, es "una, varias, muchas amnistías" de las señoras Bonafini y
Carlotto. Yo estuve en contra del golpe militar, no de la represión, pero sí de
las desapariciones porque los militares decían que libraban una guerra, pero en
realidad es un oxímoron porque es una guerra en la cual no hay caídos en
combate sino que hay desaparecidos.
— Tampoco la guerrilla dice
la verdad sobre sus objetivos. El otro día uno de sus referentes dijo en
televisión que siempre había sido un demócrata. No se habla de lo que hubiese
pasado si tomaban el poder.
— Una dictadura, como la
cubana. Del conjunto de libros de los 70, el mejor creo es el de Héctor Leis,
Un testamento de los años 70. Leis fue un jefe de los Montoneros. Él dijo
"nosotros pensamos en eliminar a 250 mil personas y poner presas a 250 mil".
Según esto, los Montoneros iban a matar a varias decenas de miles de personas
más que los militares. También lo dijo Tzvetan Todorov, que acaba de morir,
después de visitar aquí el Museo de la Memoria. Se preguntó qué hubiesen hecho
los Montoneros y el ERP de haber tomado el poder. Si miramos otras dictaduras,
dice, como la camboyana que mató a dos millones de personas. Pero si hubiese
conocido el libro de Leis se habría dado cuenta de que no tenía necesidad de ir
a Camboya sino que le bastaba la declaración de Montoneros para encontrar un
paralelo.
La sociedad argentina busca un chivo emisario
y no asume sus propias responsabilidades
— Una consecuencia del modo
en que se ha resuelto esto es el vínculo de la sociedad argentina con sus
militares. Las Fuerzas Armadas están totalmente deslegitimadas, aun para la
función que deberían tener en tiempos "normales".
— Creo que el problema es
que la sociedad argentina no asume que es una sociedad violenta. Porque esto
empezó con golpes militares, con la violencia entre peronistas y
antiperonistas, con el exilio interno del peronismo, después el exilio de Perón
y siguió en los 70. Hoy es como si el único factor de violencia hubiese sido la
represión del Proceso. La represión del Proceso es el colofón. La sociedad argentina
lo que hace es buscar un chivo emisario y no asumir sus propias
responsabilidades. El chivo emisario es una inducción sabia porque está en la
Biblia, que es un libro sabio. Pero me parece que el chivo emisario está mal
elegido. Porque además, no nos olvidemos de que los mismos que lo votaron a
Alfonsín, básicamente por la derrota de Malvinas, son los que en la época del
Proceso festejaban el Mundial, cuando los Estados Unidos y otras naciones del
mundo criticaban a la Junta argentina por las violaciones a los derechos
humanos, ellos tenían en los coches las obleas que decían "Los argentinos
somos derechos y humanos". O sea, eran derechos y humanos y dejaron de ser
derechos y humanos después de Malvinas.
— Muchos de los que hoy
hablan de memoria, verdad y justicia, negaban lo que pasaba durante la
dictadura.
— La Argentina tiene una
parte de su dirigencia política, también la Iglesia, que es una de las grandes
responsables de la violencia de los 70 -los Montoneros son todos de extracción
católica-, que actúa todavía hoy como si no tuviese ninguna responsabilidad. La
violencia fue una forma de hacer política en la Argentina de la cual los
argentinos no se hacen responsables, le echan la culpa solamente a las Fuerzas
Armadas.
— ¿Será por eso que en
cualquier discusión, en cualquier conflicto, reaparecen términos que evocan esa
violencia? Se apela a términos irreconciliables, blanco o negro, a
comparaciones con la dictadura… ¿No son otras consecuencias de no haber saldado
en términos correctos esa etapa?
— Claramente, por eso yo
insisto, porque nadie hizo un acto de contrición ni de un lado ni del otro y la
dirigencia política… Hablamos de los peronistas pero los radicales le dieron al
Proceso intendentes, altos funcionarios, embajadores. Aquí parece que nadie
tuvo nada que ver.
— ¿No cree que es un error,
por parte de los militares que hoy están presos, que no tienen mucho que
perder, el no decir "sí, hicimos esto, podemos aportar estos datos"?
— Creo que sí. Yo creo que
los militares cometieron gravísimos errores, además de los crímenes. Que las
madres guerrilleras tuvieran al hijo y después mataran a la madre, es una
barbaridad. Pero no tengo muy claro quién tiene las listas, no sé cuántos saben
realmente. Algunos sabrán…
— No creo que haya una lista
centralizada. Pero los que están enjuiciados tal vez podrían reconocer, porque
de todas formas los van a condenar.
— Pero en ese caso lo que se
debería imponer es una política que no existe, una política de acortamiento de
penas por brindar información, y eso no existe. Vuelvo al tema de que no se puede
reprimir. Cuando el Congreso vota la amnistía de Cámpora (1973) el doctor
Tróccoli que era el jefe de la bancada radical propuso que al mismo tiempo que
se daba la amnistía a los guerrilleros se indemnizara a los policías y a otros
servidores del orden público caídos víctimas de la insurgencia. Y la Cámara se
niega.
— Igual que ahora.
— Se viene repitiendo desde
hace 40 años. Y es el antecedente directo de lo que pasó con los conscriptos
muertos en el ataque al cuartel de Formosa. Teóricamente, iban a indemnizar a
las familias, pero hasta ahora no se ha implementado. Y sí se indemnizó a los
guerrilleros que cayeron en esa acción porque el oxímoron no es sólo de los
militares, es también de los grupos de derechos humanos. Dicen lo mismo: no hay
caídos en combate, hay desaparecidos. En el Museo de la Memoria no figuran como
combatientes sino como desaparecidos. Fernando Abal Medina, por ejemplo, que
murió en William Morris, en un enfrentamiento con la policía, figura como
desaparecido.
— ¿Qué opinión le merece el
debate sobre el número de desaparecidos?
— Como el Indec de Moreno,
tenemos el Indec de la insurgencia.
— Ahora quieren fijar por
ley esa cifra, lo que implicaría una obturación de cualquier investigación
histórica, periodística…
— Es una ley que instituye
el comisariato político de la memoria. Ya no podemos pensar, no podemos decir
la verdad. No podemos decir que fueron 7 mil, 9 mil, 8 mil o 7.500 como dice
Graciela Fernández Meijide, que dice muy bien que no puede haber dos números…
— Puede haber una
estimación, pero no dos números tan disímiles.
— Con esto se
institucionaliza coercitivamente la mentira como verdad. Es lo mismo que el
Indec de Moreno: la inflación era un 20, un 30 por ciento, y él decía que era
un 8. Los desaparecidos son 7 mil, no, según el Indec de la insurgencia, son 30
mil.
— Supongamos que usted
tuviera que asesorar a un político…
— No, no, lo último.
— Bueno, al Estado
argentino, acerca de cómo tener un cierre de esta etapa que sea lo más justo
posible. ¿Qué sugeriría?
— Cierres justos hemos
tenido, pero la sociedad argentina no los aceptó. Cierres justos fueron el de
Alfonsín o el de Menem, la sociedad argentina no los aceptó. Entonces ¿de qué
cierre justo podemos estar hablando? Ahora ya no… Esto se podría haber resuelto
hace 20 años. Hubo dos resoluciones, la de Alfonsín y la de Menem. La sociedad
argentina no aceptó eso, ya está. Yo no tengo propuesta. En ese sentido, soy
muy pesimista, aunque algo podemos hacer. Lo que podemos hacer es decir la
verdad, yo con eso me contento. Como dicen los Evangelios, que son libros
sabios, "la verdad os hará libres". Sólo la verdad nos ayudará a
recuperar la memoria perdida en doce años de lavado de cerebro kirchnerista.
Tocqueville dice que los estados democráticos
son muy dogmáticos. Tienen verdades de las que no se bajan
— En la década de los 80 ó
90 el debate sobre los 70 estaba limitado a algunos círculos, hoy está
masificado pero con una visión mucho más distorsionada que la que se podía
tener en los 80. La masificación fue inversamente proporcional a la
verosimilitud de lo que se cuenta.
— Es más a mi favor. En mi
trabajo cito a Tocqueville que dice que los estados democráticos son muy
dogmáticos. Tienen verdades de las cuales no se bajan. Argentina asumió esta
verdad dogmática de que los militares fueron los únicos responsables de todo lo
que pasó, nadie más, y se adoptan los 30 mil. Y a ese dogma democrático le dan
fuelle los grupos de derechos humanos. Aunque yo no lo veía como una cosa tan
masificada, pensé que pasaba más por grupos de élite, periodistas,
intelectuales, universitarios, etcétera… Pero digo, Argentina no aceptó lo que
hicieron los chilenos, ni lo que hicieron los uruguayos, ni lo que hizo
Alfonsín, tampoco lo que hizo Menem. ¿Entonces qué se puede hacer ahora?
Miremos lo que pasó en la celebración del 24 de Marzo: la única persona del oficialismo
que se animó a levantar la voz y fue (el ministro de Cultura, Pablo) Avelluto.
Nadie del radicalismo, ni de la Coalición Cívica, ni del PRO, ni la doctora
Carrió, que vive haciendo declaraciones, nadie abrió la boca para condenar esto
que fue una reivindicación explícita de la violencia. El presidente no dijo
nada, sus ministros no dijeron nada, los jefes de los distintos bloques de
Cambiemos tampoco. El que calla, otorga. Si los políticos, que están en la
sociedad democrática para resolver los conflictos, no dicen nada… Es como si no
tuviesen historia, como si fueran vestales impolutas.
— ¿Por qué cree que pasa
eso?
— Es la mezcla de hipocresía
y de cinismo que caracteriza a la sociedad argentina. De la cual la hipocresía
es la expresión del partido radical y el cinismo, del peronismo. Y el PRO es un
híbrido, es una mezcla de los dos, lamentablemente.