encarcelan el sentido común
Otro
papelón del kirchnerismo en esta cuarentena, demostrando que con ideología
pretenden ocultar los desastres de su gestión.
Alfil, 29 abril, 2020
Por Javier Boher
Los sinsentidos le dan
sentido a este país, que no sería nada si en algún momento retomara un camino
de seriedad o de trabajo coherente. Si las contradicciones hacen al humano,
también convierten en Argentina a cualquier Estado.
En las grandes ciudades es
casi imposible circular con fluidez. Aunque cerca de las casas y lejos de las
arterias no hay controles policiales, los puentes y accesos a la ciudad
permanecen bajo estricta vigilancia. Quien quiera atravesarlos se expondrá al
riesgo de que le expropien el auto, lo lleven detenido o lo violenten
físicamente. La cuarentena es así de dura para los que quieren salir de su
casa: hay que quedarse encerrados.
Ahora bien, esa regla parece
no ser igual para todos. Desde hace ya unas semanas se puede ver una situación
de escala en las tensiones de las cárceles. Motines, revueltas, pedidos de
hábeas corpus masivos, todo parece haber desembocado finalmente en lo que
deseaban: una gran cantidad de presos -sin condena, condenados por delitos
leves o por ser población de riesgo- se han visto beneficiados por una nueva
muestra de la irracionalidad del progresismo vernáculo. Gobiernan con
pragmatismo pero se justifican con ideología.
Así parece ser la cosa en
este país de la consigna permanente, donde se usan distintas fórmulas para
dejar en evidencia que no existen la igualdad ante la ley, ni el sentido común
para premiar y castigar. Así, por salir a dar una vuelta en bici te llevan a la
cárcel, pero si te robaste una bici te llevan de vuelta a tu casa. Increíble.
Esta situación deja al
desnudo -una vez más, y como tantas veces esta cuarentena- la fragilidad de un
país que sigue andando por inercia. A esta altura del recorrido, queda claro
que Argentina ha tocado fondo en su decadencia política, con una clase
dirigente incapaz de hacer frente a los desafíos del mundo actual con
racionalidad, preparación o auténtica voluntad de resolver los problemas.
Al colapso habitual del
sistema carcelario le llegó una epidemia que dejó al descubierto su ineficacia.
Hacinados en cárceles arcaicas, el temor por un masivo contagio intramuros los
llevó a la brillantes idea de liberar presos, sin más garantía que la palabra
de un familiar responsable que debería avisar a las autoridades si el liberado
rompe el encierro. Sólo a quienes aman el papeleo, las declaraciones juradas y
la delación se les puede ocurrir una solución tan ineficaz como esa.
Dentro del mismo arco de
adoradores de victimizar al victimario y culpar a las víctimas, decenas de
personajes públicos se han mostrado acongojados por la salud de los encerrados
por violar el contrato social, aunque si permanecen sin condena y alojados peor
que animales es por culpa de una justicia que prefiere defender la feria y el
refrigerio antes que la ley y las libertades, y por sucesivos gobiernos que
dejaron para el final las políticas carcelarias.
No importa cuánto hayan
viralizado sus videos tratando de concientizar sobre la violencia de género
durante la cuarentena: aplaudir a los que liberan a violadores, golpeadores y
femicidas porque no saben gestionar el sistema penitenciario no parece la mejor
manera de demostrar que no quieren ni una menos. Prefieren indignarse con los
que comparten socarronamente la noticia de los hombres que se entregaron a la
policía porque no toleraban la convivencia con sus parejas que con los que
largan a los que efectivamente ya se encargaron de no tener más pareja.
El papelón de la liberación
de los presos quedará en la historia de las locuras del kirchnerismo, aunque
difícilmente le cueste algún voto. Ya pasó algo similar con lo de Vatayón
Militante y la reinserción, o con el garantismo extremo del zaffaronismo
doctrinario. De algún modo tratarán de justificar lo injustificable, lo que
deja a la vista el fracaso de Argentina como proyecto de país, donde pretenden
linchar al que viola la cuarentena mientras miran hacia otro lado cuando
liberan a los violadores de mujeres, asesinos, ladrones o vendedores de droga.
Han logrado que Argentina
sea una gran contradicción, que pone en duda que aquí todavía quede un país.
Con esa lógica barrabrava y sin cultura del aguante, acá se debe cuidar el que
quiere trabajar, pero no el que eligió robar; hay que denostar al que los
quiere encerrar, pero idolatrar al que los quiere liberar. Todavía es muy
temprano para saber adónde va a conducir todo esto, pero no debería haber
ninguna duda de que no será a un mejor lugar que aquel en el que estamos hoy.